En estas entrañables fiestas, según Diego J. García Molina

En estas entrañables fiestas…

Inmersos como estamos en periodo navideño, estas fiestas de las que suele haber consenso de ser entrañables, cabe preguntarse si realmente merecen tal calificativo. ¿Son, como dice la canción, “the most wonderful time of the year” (el momento más maravilloso del año)? ¿O es una tortura para los sentidos que deseamos que pase cuanto antes? Voy a realizar un particular análisis desde mi punto de vista y utilizando un enfoque de tradición cristiano-católica, pues no conozco en profundidad otras ramas, y no tendría sentido hacerlo de culturas que no celebran la Navidad. Habría que empezar recordando que estas son unas fiestas religiosas; no celebramos el solsticio de invierno, ni las saturnalias, ni que arrancamos la última página del calendario anual: conmemoramos el nacimiento de Jesús. Él nació durante la dominación romana de Judea, en el hogar de los israelitas hasta la diáspora, judío, por tanto, y fundador de una nueva religión, quizá sin ser esa su intención primigenia. La importancia de este nacimiento es tal, que en la civilización occidental el conteo de años comienza precisamente con su venida al mundo, distinguiendo entre antes y después de Cristo. Si estamos en el año 2024 es porque esta figura histórica nació hace precisamente ese número de años. Y ya digo, no en todos sitios es así. Por ejemplo, los musulmanes cuentan años desde la hégira, la huida de Mahoma de La Meca en el 622 después de Cristo, por lo que para ellos estamos en el 1401; y en China el año nuevo no llega hasta nuestro febrero, estando en el año 4721 según su propio calendario.

Volviendo a lo más mundano, el que sea un periodo festivo, con los niños y adolescentes sin la obligación de asistir a clase, hace que sea un momento apreciado; y los que tienen la suerte de tener un trabajo estable suelen reservar días de sus vacaciones para disfrutar de la Navidad y de la familia; o para un viajecito. Son días de recogimiento, íntimos; a pesar de las reuniones etílicas multitudinarios que se celebran por doquier, siempre se termina volviendo a casa para la cena y comida familiar. El que los días sean los más cortos del año junto a las bajas temperaturas contribuyen a ese recogimiento. La ilusión por los regalos que se recibirán el día de Reyes, junto a las compras navideñas -sin contar con las rebajas de enero- hace aumentar el apego a este espacio festivo. Por cierto, que el 5 de enero se rememora la visita de estos magos y/o reyes de Oriente para rendir pleitesía, entregando regalos, al hijo de Dios. Aunque mucha gente no quiera o no le guste, España siempre ha sido un país eminentemente católico, el que más, diría yo. Aunque cada vez se sigan menos los ritos, y las iglesias estén más vacías, los españoles seguimos teniendo ese espíritu de seguimiento de nuestras fiestas religiosas.

Por el contrario, hay personas que aun diciendo que son ateas, lo que realmente son es anticatólicas, en el sentido de que debiendo ser indiferente una festividad que les es ajena, tienen un odio visceral hacia este tipo de celebraciones. Luego están los que les supone un fastidio que los hijos estén en casa y les gustaría que los colegios siguieran abiertos hasta en vacaciones; son los mismos que se quejan de que trabajan muchas horas y no pueden pasar tiempo con sus vástagos. Gente que nunca está contenta, que se queja en verano porque hace calor, y en invierno porque hace frío. Lamentablemente, también hay personas que están solas, con lo que ello supone en estos momentos, haciéndose más evidente la soledad y la falta de compañía. Al compartir tradiciones familiares en comidas y cenas, es cuestión de tiempo, ley de vida, que falte algún ser querido. Es en estas circunstancias cuando más se nota la ausencia y se constata el dolor por la pérdida. Es algo inevitable. Así que carpe diem, disfrutemos de la vida mientras podamos, regocijémonos de poder pasar tiempo con amigos y familiares, deleitémonos de los placeres sencillos que nos da este valle de lágrimas en forma de una charla con la abuela o jugando con los más pequeños de la casa, quizá no haya otras oportunidades. No puedo terminar sin, con mis mejores intenciones, desearles una feliz Navidad y un próspero año nuevo.